Mi pasión por la alimentación viene de la cocina. De pequeña, con mi madre, me pasaba ratos en la cocina “ayudándola” entre pucheros y me comía todos los vegetales crudos que estuvieran a mi alcance.
Fui una niña “rara” o diferente: no comía dulces, no me gustaban los pasteles, no tomaba azúcar, prefería sin dudar una zanahoria cruda, un ramito de coliflor, un tomate recién lavado o cualquier verdura. Recuerdo que mi madre se ponía a limpiar guisantes y yo la ayudaba. Pero claro, me los iba comiendo según los sacaba de las vainas, hasta que al final me echaba de su lado porque si no, no iban a quedar suficientes para todos. Mi madre era una gran conocedora de las verduras. Tampoco fui una gran “carnívora”, siempre preferí el pescado y mis acompañamientos nunca eran las patatas fritas, siempre mejor una ensalada. Y así fui creciendo, con estos hábitos.
Si me paro a pensarlo, mi madre nos educó con una base alimentaria amplísima, supo “educar nuestro paladar”, nos enseñó a probarlo todo y a comer todo tipo de alimentos, respetando los gustos de cada uno. Y, aun sin tener conocimientos de dietética, sus menús diarios eran muy, pero que muy equilibrados.
Estoy absolutamente convencida que ahí nació mi vocación.