Os voy a contar un caso real: hace unos días, un pediatra me envió un paciente que vino con su madre, ya que es un adolescente menor de edad, que empezaba a tener sobrepeso y que, además, había dicho en varias ocasiones que quería hacer régimen para adelgazarse. Y, antes de que tomara un camino equivocado, le aconsejaron que me viniera a ver.
Efectivamente, estaba un poco pasadito de peso y, al hablar durante un rato con él y con su madre, vimos que había algunos malos hábitos -por cierto demasiado habituales en los adolescentes- , como por ejemplo no probar la verdura o no tomar fruta sino postres lácteos, o abusar de pasta y pizzas, el exceso de fritos, etc., porque según él, lo demás “no le gusta”.
Pero también salió el tema de la organización familiar, y ahí vi que nunca cenaban en la mesa, y ni siquiera juntos. Además, cada uno se preparaba lo que quería y se iba con su bandeja al sofá de delante de la tele, conforme iban apareciendo.
Pues sí, os explico: todos sabemos que cada vez más se está perdiendo la costumbre de comer o cenar toda la familia junta, ya que por razones de trabajo y colegios, lo más probable es que solo coincidamos en las cenas y, posiblemente, cada uno a una hora diferente.
¿Y cual fue uno de mis consejos? Además de pautarles un tipo de comida saludable, les recomendé que cenaran todos juntos con un solo menú, sentados en la mesa y, sobre todo, sin la tele encendida.
Señores, mi gran sorpresa y alegría fue que a los 15 días regresaron y, además de bajar peso todos, ya que estaban algo “pasaditos”, están encantados con esta norma, ya que han reencontrado ese momento del día donde pueden compartir, no solo la comida sino también las historias de su día.
Esto no me lo he inventado yo. Según estudios recientes, se ha demostrado que sentarnos todos los miembros de la familia para hacer juntos una comida o una cena al día nos hace menos propensos al sobrepeso. O, dicho de otra forma, si comemos solos es más fácil engordar y pasarnos en cantidades.
¿Por qué no lo hacemos?