Cuántas veces nos hemos preguntado ¿Qué es lo que hago mal, ¿qué me ocurre, que cuando me siento a cenar me lo comería todo?
Pues sí, algo hacemos mal.
Probablemente, la causa principal de ese apetito descontrolado a la hora de la cena sea un cierto desorden en los hábitos, sumado a un ritmo de vida acelerado. La primera recomendación para poner fin a esto será valorar cuánto y cuándo cenas.
Está demostrado que el desorden de horarios nos hace o bien engordar o bien no perder peso, en el caso de que estemos haciendo algún tipo de dieta. ¿Por qué? Pues porque al anochecer, la capacidad que tiene nuestro organismo para quemar calorías es mucho menor. En pocas palabras: nuestro metabolismo baja su rendimiento, trabaja más despacio, tiene sueño, se prepara para dormir, y se tiene que poner en “ralentí” (sí, como los coches parados, pero con el motor en marcha). Esto quiere decir que no vamos a quemar casi nada y, por tanto, la cena tiene que ser muy ligera y, como mínimo, dos horas antes de irnos a dormir.
¿Pero qué solemos hacer en realidad? Pues, para empezar, no desayunamos o desayunamos mal y poco, luego nos dan a las 15 h sin haber tomado nada, y entonces o tomamos algo demasiado ligero o hacemos una gran comilona.
Si hemos tomado algo demasiado ligero, llegaremos por la tarde a casa y entraremos pensando en todo lo que hay para comer en la nevera o en el armario de la despensa, y “atacaremos” sin parar mientras preparamos la cena, y además luego cenaremos. ¡Gran error!
Si nos hemos dado una gran comilona, luego probablemente nos saltemos la cena, y eso tampoco será lo más correcto, porque provocaremos un ayuno muy prolongado. Lo que deberíamos hacer es tomar un pequeño tentempié (fruta o yogur, por ejemplo).
Hay que ordenar un poco nuestro día a día y ser capaces de valorar que, si vamos a comer tarde, necesitaremos un tentempié a media mañana. Y si vamos a comer fuera, tendremos que saber elegir y no sobrecargarnos de comida. Así llegaremos a la cena sin esa ansia devoradora tan común en nuestros días.