Una persona estresada frente a la comida puede actuar de tres formas diferentes:
• Ponerse a jugar con la comida sin ni siquiera acercarse un trocito a la boca, lo que quiere decir que no probará bocado. Este tipo de personas son las que, por culpa del estrés que están soportando, sienten un estrangulamiento en la boca del estómago que no les deja comer, para no tener que soportar más carga de la que ya tienen. Un estudio de la Universidad Deaking, en Australia, ha concluido que, aproximadamente, el 48% de las personas que padecen estrés actúa de esta forma.
• Engullir de forma desmedida y sin control, abrir la nevera y ponerse a comer todo lo que pillan. Comen de más para tapar los problemas. Según el estudio mencionado, son un 33% las personas que reaccionan de esta manera frente a situaciones de estrés.
• Simplemente no les afecta, o su gestión del estrés es correcta: estas forman un 22% del grupo.
Esto nos lleva a saber diferenciar lo que es el hambre emocional del hambre en el sentido instintivo, la que nos impulsa a nutrirnos para sobrevivir.
Si nuestro cerebro está alterado, puede alterarse nuestro estómago, y eso nos da una idea de cómo interpretamos la vida, de nuestros desequilibrios en el estado de ánimo. Esta hambre emocional se aprecia en cómo nos comportamos en la mesa: comemos impulsivamente, sin apetito, de forma repentina, casi siempre con predilección por alimentos ricos en triptófano como el chocolate, los frutos secos y los dulces, ya que tienen más facilidad de transformarse en serotonina y, por tanto, de reducir el estrés y producir felicidad. Es un hambre que necesita ser saciada rápidamente y que produce sentimientos de culpa.
Además, parece haber cierta relación entre estar nervioso y comer o dejar de comer. La razón estaría en nuestra serotonina. Si somos de aquellas personas que no la tienen bien regulada, nos producirá alteración del estado de ánimo, del apetito, de la digestión, del sueño y del deseo sexual.
¿Cómo podremos regularnos?
Lo primero y esencial es elegir una dieta equilibrada, que además de favorecer la digestión nos propicie relax, y aumentar los alimentos ricos en triptófano tanto de origen animal como vegetal:
• Carne (sobre todo pavo y pollo) y pescado azul (salmón, atún…)
• Huevos, sobre todo en la yema
• Lácteos desnatados
• Plátano, piña, aguacate y ciruela. Berros, espinacas, remolacha, zanahoria, apio, alfalfa, brócoli, dátiles
• Frutos secos (almendras, nueces, pistachos, anacardos…)
• Chocolate negro
• Cereales (en especial integrales, arroz y avena): aumentan la secreción de insulina, que favorece la transformación de triptófano en serotonina
• Semillas (sésamo, calabaza, girasol y fenogreco)
• Legumbres (garbanzos, lentejas, habas, soja…)
• Levadura de cerveza