El otro día me fui a desayunar con una amiga a una cafetería de buen nombre en Barcelona, y ella pidió un café con leche con un croissant y yo, que no es lo habitual en mí porque normalmente desayuno tostadas, pensé: “a mí también me apetece”, así que pedimos lo mismo las dos. Cuando nos los trajeron, tuve una gran decepción: eran dos croissants sin patas, alargados, con más forma de brioix que de croissant y con sabor a cualquier cosa menos a un croissant hojaldrado, de los de siempre.
¿Y por qué en la mayoría de los sitios los hacen sin cuernos? Si en algunos países se les llaman “cuernitos” y en otros “medias lunas”, ¿por qué no los tienen?
¿Sabíais que la traducción de croissant es cuarto creciente lunar y que proceden de los panaderos de Viena de finales del siglo XVII?
Aún recuerdo con anhelo los que tomaba en mi casa algún domingo de fiesta, cuando mi padre iba a la pastelería de la calle de arriba, que se llamaba “Rosa de Abril” y los traía recién hechos, con patas finas y crujientes, además de buenísimos de sabor.
Supongo que este cambio ha sido debido a la reducción de trabajo y de costes, y así de esta forma, sin cuernos, debe ser más fácil hacerlos, y la calidad… bueno, de esto mejor no hablemos, no quiero entrar a valorar el tipo de grasas que les ponen actualmente, mejor evitarlos, ya que la tendencia es a hacerlos en plan industrial y claro, ya sabemos o deberíamos saber que muy, muy saludables no son.
Con todo esto, mi recomendación es que no es aconsejable desayunar cada día un croissant (ni nada que quiera parecérsele) de bollería industrial.
Pero si, de ciento en viento, tenéis la oportunidad de encontrar un croissant artesanal, de calidad y, sobre todo, con sus cuernitos, ¡no lo dejéis escapar!
Que no sea un hábito, que sea un capricho.