No tenemos duda que la calidad de los alimentos tiene un papel importantísimo en nuestra salud, pero los hábitos también, y comer en familia es uno de los más importantes.
Actualmente, comer en familia parece prácticamente imposible: el estrés o los diferentes horarios de los miembros de una familia lo hacen cada vez más complicado. Pero debemos intentarlo, no hace falta que nos obsesionemos, pero sí valorar si vale la pena intentar conseguir que una de las comidas del día la hagamos siempre en familia.
Está demostrado que ese es el momento en que nuestros hijos aprenden muchos hábitos que los acompañarán toda su vida, y la mayoría están relacionados con su buena salud de adultos.
Hay numerosos estudios que relacionan el comer en familia con un mayor consumo de frutas, verduras y fibra. Y, por supuesto, con una alimentación más rica en nutrientes importantes, o lo que es lo mismo, con un patrón alimentario mucho más correcto.
Esto demuestra que se aprende a comer de forma saludable, y que el mejor sitio para hacerlo es rodeado de tu familia.
Los niños aprenden, desde hace miles de años, qué alimentos pueden comer y cuáles no, imitando siempre a sus progenitores. Los padres transmiten el placer de comer fruta y verdura, pero también transmiten sus aversiones alimentarias, a veces de manera consciente y a veces de manera inconsciente. En este “pack” también van incluidas las malas prácticas a la hora de sentarnos a la mesa o no, ver la televisión comiendo, manejar el teléfono o el ordenador, etc.
Además, se esta relacionando el comer en familia con menos síntomas depresivos, previene trastornos del comportamiento alimentario como la anorexia o la bulimia, por no hablar de las ventajas que supone respecto a mejorar la comunicación entre padres e hijos.
Así que ya lo sabéis, compartir mesa, ya sea con familia o con amigos, es mucho más que compartir alimentos: es compartir rituales, tradiciones, costumbres y rutinas que siempre mejorarán nuestra salud física y emocional.
